Actividades académicas de las asignaturas de Luis Egberto Carrera Ledezma en UDELAS.
martes, 30 de enero de 2018
lunes, 29 de enero de 2018
martes, 23 de enero de 2018
DARIÉN-BALBOA-EL MAR DEL SUR
Acceda al artículo, de José maría Madueño Galán, presionando en la palabra Balboa
BIOGRAFÍA DE DIEGO DE NICUESA
A continuación, presiona en el enlace para leer la biografía de Diego de Nicuesa
miércoles, 17 de enero de 2018
martes, 16 de enero de 2018
Carta de Jamaica de Cristóbal Colón-Lettera raríssima
Este documento, con fines totalmente académicos, está transcrito de un documento publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Se encuentra disponible su versión original en la siguiente dirección:
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/relaciones-y-cartas-de-cristobal-colon--0/html/010bc306-82b2-11df-acc7-002185ce6064_393.html
7 DE JULIO DE 1503
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CARTA
QUE ESCRIBIÓ
D. CRISTÓBAL COLÓN
VIRREY Y ALMIRANTE DE LAS INDIAS
A LOS
CRISTIANÍSIMOS Y MUY PODEROSOS REY Y REINA
DE ESPAÑA
NUESTROS SEÑORES
EN QUE LES NOTIFICA CUANTO LE HA OCURRIDO EN SU VIAJE; Y LAS TIERRAS, PROVINCIAS, CIUDADES, RÍOS Y OTRAS COSAS MARAVILLOSAS, Y DONDE HAY MINAS DE ORO EN MUCHA CANTIDAD Y OTRAS COSAS DE GRAN RIQUEZA Y VALOR.
Cuando llegue sobre la Española invié el
envoltorio de cartas, y á pedir por merced un navío por mis dineros, porque otro que yo llevaba era
inavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y y sabrán si se las dieron
respuesta. Para mí fue mandarme de parte ahí, que yo no pasase ni llegase á la
tierra: cayó el corazón á la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo
lejos, diciendo que si algún caso peligro les viniese que no serías remediados
allí, antes les sería fecha alguna grande afrenta. También á quien plugo dijo
que el Comendador había de proveer las tierras que yo ganase.
La tormenta era terrible, y en aquella
noche me desmembró los navíos: á cada uno llevó por su cabo sin esperanzas,
salvo de muerte: cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran
perdidos. ¿Quién nasció, sin quitar a Job; que muriera desesperado? ¿Qué por mi
salvación y de mi fijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la
tierra y los puertos que yo, por la voluntad de Dios, gané á España sudando
sangre?
E tornó á los navíos que así me había
llevado la tormenta y dejado á mí solo. Deparómelos a nuestro Señor cuando le
plugo. El navío sospechoso había echado á la mar, por escapar, fasta la isola
la Gallega; perdió la barca, y todos gran parte de los bastimentos: en el que
yo iba; abalumado á maravilla, nuestro Señor le salvó que no hubo daño de una
paja. En el sospechoso iba mi hermano; y él. Después de Dios; fue su remedio.
E con esta tormenta, así á gatas, me llegué á Jamaica; allí se mudó de mar alta
en calmería y grande corriente, y me llevó fasta el jardín de la Reina sin ver
tierra. De allí, cuando pude, navegué á la tierra firme, adonde me salió el
viento y corriente terrible al opósito: combatí con ellos sesenta días, y en
fin no le pude ganar más de setenta leguas.
En todo este tiempo no entre en puerto, ni
pude, ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo,
que parecía al fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias á Dios, y de allí me dio
a nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fue á doce de setiembre.
Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, á tanto
que no vide el sol no ni estrellas por mar; que á los navíos tenía yo abiertos,
á loas velas rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos
bastimentos, la gente muy enferma, y todos contritos, y muchos con promesa de
religión, y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado
á se confesar los unos á los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar
tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que
teníamos por esforzados. El dolor del fijo que yo tenía allí me arrancaba el
ánima, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga y durar
en ella tanto: nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba á los otros; y
en las obras hacía él como si hubiera navegado ochenta años, y el me consolaba.
Yo había adolescido y llegado fartas
veces á la muerte. De una camarilla, que
yo mandé facer sobre cubierta, mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor
navío y más peligroso, Gran dolor era el mío, y mayor porque lo truje contra su
grado, porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio
que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en
Castilla una teja; si quiero comer ó dormir no tengo, salvo el mesón ó taberna,
y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arracaba el
corazón por las espaldas, y era de D. Diego mi hijo, que yo dejé en España tan
huérfano y desposesionado de mi honra é hacienda; bien que tenía por cierto que
allá como justos y agradecidos Príncipes le restituirían con acrescentamiento
en todo.
Llegué a tierra de Cariay, a donde me
detuve á remediar los navíos y bastimentos, y dar aliento á la gente, que venía
muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces á la muerte, allí supe
de las minas del oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me
llevaron á Carambaru, adonde la gente anda desnuda ya al cuello un espejo de
oro, más no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme muchos lugares en
la costa del mar, adonde decían que había oro y minas; el postrero era Veragua,
y lejos de allí obra de veinte y cinco leguas: partí con intención de los tentar á todos, y
llegando al medio supe que había minas á dos jornadas de andaduras: acordé de
inviarlas á ver víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partída: en
esa noche se levantó tanta mar y viento, que fue necesario de correr hacia
donde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo.
En todos estos lugares, adonde yo había
estado, fallé verdad todo lo que yo había oído: esto me certificó que es así de
la provincia de Ciguare, que según ellos, es descrita de nueve jornadas de
andadura por tierra el poniente: allí dicen que hay infinito oro, y que traen
corales en las cabezas, manillas a los pies y á los brazos dello, y bien
gordas; y dél, sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforra. También dijeron
que las mujeres de allí traían collares colgados de la cabeza á las espaldas. En
esto que yo digo, la gente toda de estos lugares conciertan en ello, y dicen
tanto que yo sería contento con el diezmo. También todos conocieron a la
pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías: esta gente así lo
cuentan, y me amostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí dicen
que las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andan vestidos;
y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas vestiduras, y
tienen buenas cosas. También dicen que la mar boxa á Ciguare, y de allí á diez
jornadas es el río de Gangues. Parece que estas tierras están en Veragua, como
Tortosa con Fuenterrabía, ó Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Carambaru y
llegué á esos lugares que dije, fall{e la gente en aquel mismo uso, salvo que
los espejos del oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por
el uno, bien que pesasen diez ó quince ducados de peso. En todos sus usos son
como los de la Española. El oro cogen con otras artes, bien que todos son nada
con lo de los Cristianos. Esto que yo he dicho es lo que oyo. Lo que yo sé es
que el año de noventa y cuatro navegué en veinte y cuatro grados al Poniente en
término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el sol
estaba en Libra y la luna en Ariete. También esto que yo supe por palabra
habíalo yo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de haber bien remedado á Marino,
y ahora se falla su escritura bien propincua al cierto. Tolomeo asienta
Catigara á doce líneas lejos de su occidente, que él asentó sobre San Vicente
en Portugal dos grados y un tercio. Marino en Etiopía escribe al Indo la línea
equinoccial más de veinte y cuatro grados, y ahora que los portugueses le
navegan le fallan cierto. Tolomeo diz que la tierra más austral es el plazo
primero, y que no abaja más de quince grados y un tercio. E el mundo es poco:
el enjuto de eslllo es seis partes, la séptima solamente cubierta de agua: la
experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de
la Sacra Escriptura, con el sitio del Paraíso terrenal, que la santa Iglesia
aprueba: digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado
de la equinoccial está cincuenta y seis millas y dos tercios: pero esto se
tocará con el dedo. Dejo esto. Por cuanto no es mi propósito de fablar en
aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajosos viaje, bien que él
sea el más doble y provechoso.
Digo que víspera de San Simón y Judas
corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé
diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé de no volver atrás
á las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo: llegué
a puerto de Bastimentos, adonde entré y no de grado: la tormenta y gran
corriente me entró allí catorce días; y después partí, y no con buen tiempo.
Cuando yo hube andado quince leguas forzosamente, me reposó atrás el viento y
corriente con furia: volviendo yo al puerto donde había salido fallé ene el
camino al Retrete, adonde me retruje con harto peligro y enojo, y bien ftigado
yo y los navíos y la gente: detúveme allí quince días, que así lo quiso el
cruel tiempo; y cuando dreí de haber acabado me fallé de comienzo: allí mudé de
sentencia de volver a las minas, y hacer algo fasta que me viniese tiempo para
mi viaje y marear; y llegado con cuatro leguas revino la tormenta, y me fatigó
tanto á tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la
llaga: nueve días anduve perdido sin esperanza de vida: ojos nunca vieron la
mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante,nii daba
lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha
sangre, herviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan
espantoso: un día con la noche ardió como forno; y así echaba la llama con los
másteles y velas; venían con tanta furia espantables que todos creíamos que me
habían de fundir los navíos.
En todo este tiempo jamás cesó agua del
cielo, y no para decir que llovía, salvo que
resengundaba otro diluvio. La gente estaba ya tan molida, que deseaban la
muerte para salir de tantos martirios. Los navíos ya habían perdido dos veces
las barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.
Cuando plugo á nuestro Señor volví a Puerto
Gordo, adonde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua para mi
viaje, aunque yo no estuviera para ello. Todavía era el viento y corrientes
contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me Salió otra vez el puerto, que
no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa
brava, porque la más de las veces trae tempestad ó fuerte tiempo. Esto fue día
de navidad en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido con harta fatiga;
y, pasado año nuevo, torné á la porfía, que aunque me hiciera buen tiempo para
mi viaje, ya tenía los navíos innavegables, y la gente muerta y enferma. Día de
la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento: allí me deparó nuestro señor un
río y seguro puerto, bien en él á la entrada no tenía salvo diez palmos de
fondo: metíme en él con pena, y el día siguiente recordó la fortuna: si me
falla fuera, no pudiera entrar á causa del banco. Llovió sin cesar fasta
catorce de Febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de remediar
en nada; y estando ya seguro á veinte y cuatro de Enero, de improviso vino el
río muy alto y fuerte; quebróme las
amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos, y cierto los ví en mayor
peligro que nunca. Remedio nuestro señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro
con más martirios. A seis de Febrero, lloviendo, invié setenta hombres la
tierra adentro; y á las cinco leguas fallaron muchas minas: los indios que iban
con ellos los llevaron á un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda
parte había oro, y que hacia el Poniente llegaban las minas veinte jornadas, y
nombraban las villas y lugares, y adonde había de ello más o menos. Después
supe yo que el Quibián que había dado estos indios, les había mandado que
fuesen á mostrar las minas lejos y de otro su contrario; y que adentro de su
pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro: los
indios sus criados y testigos de esto traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo
llegan las barcas. Volvió mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían
cogido en cuatro horas que fue allá á la estada. La calidad es grande porque
ninguno de estos jamás había visto minas, y los más oro. Los más eran gente de
mar, y casi todos grumetes. Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos
bastimentos. Asenté pueblo, y dí muchas dádivas al Quibián, que así llaman al
Señor de la tierra; y bien sabía que no había de durar concordia: ellos muy
rústicos y nuestra gente muy importunos, y me aposesionaba en su término:
después que él vido las cosas fechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar
y matarnos á todos: muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres y
fijos y criados: bien que su prisión duró poco: el Quibián se fuyó á un hombre honrado, á quien se había entregado
con guarda de hombres; é los hijos se fueron á un Maestre de navío, a quien se
dieron en él a buen recaudo.
En Enero se había cerrado la boca del río.
En Abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no los podía sostener
sobre agua. En este tiempo hizo el río un canal, por donde saqué tres de ellos vacíos
con gran pena. Las barcas clvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso
alta y fea, y no les dejó salir fuera: los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, y en fin los mataron. Mi
hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro: yo muy solo
de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga: la esperanza
de escapar era muerta: subí aspi trabajando lo más alto, llamando a voz
temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la guerra de Vuestras Altezas,
á todos los cuatro vientos, por socorro; más nunca me respodieron. Cansado, me
dormecí gimiendo: una voz muy piadosaoí, diciendo: “¡o estulto tardoá creer y á
servir aá tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moysés ó por David su
siervo? Desque nasciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido
en edad de que él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la
tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas te las dio por tuyas; tu
las repartiste adonde te plugo, y de dio poder para ello. De los atamientos de
la mar océano, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves;
y fuiste obedescido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada
fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni para
David, que de pastor hizo rey en Judea? Tórnate a él, y conoce ya tu yerro: su
misericordia es infinita: tu vejez no impedirá á toda cosa grande: muchas heredades
tiene él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró á Isaac, ¿ni
Sara era moza? Tú llamas por socorro incierto: responde, ¿Quién te ha afligido
tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios,
no las quebranta, ni dice después de haber recibido el servicio, que su
intención no era esta, y que se entiende de otra manera, ni da martirios por
dar color á la fuerza: él va al pie de la letra: todo lo que él promete cumple
con acrescentamiento: ¿esto es uso? Dicho tengo lo que tu criador ha fecho por ti y hace con todos.
Ahora medio muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado
sirviendo á otros” Yo así amortecido oí
todo; mas no tuve yo respuesta palabras tan ciertas, salvo llorar por mis
yerros. Acabó él de fablar, quien quiera que fuese diciendo. “No temas, confía.
Todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa.”
Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve
días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba
en tierra, y todo el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para
navegar los navíos. Quedara yo á sostener el pueblo con todos, si vuestras
Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportaría allí navíos me determinó
á esto y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de
todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pascua, con los
navíos podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí en Belén dejé uno, y
hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el
estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar siete mil
millas de mar y de agua, ó morir en la vía con fijo y hermano y tanta gente. Respondan
ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allá de en salvo: ¿por qué no
hacíades esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo que otra de
otro saber los aguarda: á nuestra fe es ninguna.
Llegué á trece de Mayo en la provincia de
Mago, que parte con aquella de Catayo, y de allí partí para la Española:
navegué dos días con buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo
llevaba era para desechar tanto número de islas, por no embarazar en los bajos
de ellas. La mar brava me hizo fuerza, y hube de volver atrás sin velas: surgí
á una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y á la media noche, que parecía
que el mundo se envolvía, se rompieron las amarras al otro navío, y vino sobre
mí, que fue maravilla como no acabamos de hacer rajas: el ancla, de forma que
me quedó, fué ella después de nuestro señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis
días, que ya era bonanza, volví á mi camino: así ya perdido del todo de
aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas, y la
gente tan acobardada y perdida, pasé algo delante de donde yo había llegado
denantes: allí me torné á reposar atrás la fortuna: paré en la misma isla en
más segure puerto: al cabo de ocho días torné á la vía y llegué a Jamaica en
fin de junio, siempre con vientos
punteros y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no
podían con toda la gente vencer el agua que entraba en el vacío, ni para este
mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercará lo más cerca dela
española, que son veinte y ocho leguas y no quisiera haber comenzado. El otro
navío corrió á buscar puerto casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con
tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trujo nuestro Señor a
tierra. ¿Quién creyera lo que aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho
la una en esta letra. Los que fueron con el Almirante lo atestigüen. Si place á vuestras Altezas de me hacer merced de socorro un navío que pase de
sesenta y cuatro, con ducientos quintales de bizcochos y algún otro bastimento,
abastará pa me llevar á mí u á esta gente á España de la española. En Jamaica
ya dije que no hay veinte y ocho leguas á la española, No fuera yo, bien que
los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de vuestras
Altezas que no me llegase á ella. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe.
Esta carta invío por vía y mano de Indios: grande maravilla será si allá llega.
De mi viaje digo: que fueron ciento y cincuenta
personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes
marineros: ninguno puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine: la razón es
muy presta. Yo partí sobre el puerto de Brasil: en la española no me dejó la
tormenta ir al camino que yo quería: fue por fuerza correr adonde el viento
quiso. En ese día caí yo muy enfermo: ninguno había navegado hacia aquella
parte: cesó el viento y mar dende á ciertos días, y se mudó la tormenta en calmería
y grandes corrientes. Fui á aportar á una isla que se dijo de las Bocas, y de
allí á Tierra Firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay
razón que abaste: porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de
días. Seguí la costa de Tierra firme: ésta se asentó con compás y arte. Ninguno
hay que diga debajo cuál parte del cielo ó cuando yo partí de ella para venir á
la española. Los pilotos creían venir á parar á la isla de Sact Joan; y que fé
en tierra de Mango, cuatrocientas leguas más al Poniente de adonde decían. Respondan,
si saben, adonde es el sitio de Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni
cuenta, salvo que fueron á unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle;
mas para á ella el camino tiene ignoto: sería necesario para ir á ella
descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología, y cierta:
quien la entiende esto le abasta. A visión profética se asemeja esto. Las nasos
de las Indias, si no navegan, salvo á popa, no es por l amala fechura, ni por
ser fuertes; las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento,
hacen que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que hubiesen
ganado en siete; ni saco carabera aunque sea latina portuguesa. Esta razón hace
que no naveguen, salvo con colla, y por esperarle se detienen á las veces seis
y ocho meses en puerto; ni es maravilla, pues que en España muchas veces acaece
otro tanto.
La gente de que escribe papa Pio, según el
sitio y señas, se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro, ni
es maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren, salvo
pescadores, ni yo me detuve porque andaba á prisa. En Cariay, y en esas tierras
de su comarca, son grandes fechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no
me detuviera allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas: la más vieja
no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura, que no
serían mas unas putas: traían polvos de hechizos escondidos: en llegando las
mandé adornar de nuestras cosas y las invié luego a tierra: allí vide una
sepultura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto
y mirando en ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias
menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube
yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero había
herido una animalia, que se parece á gato paul, salvo que es mucho mas grande,
y el rostro de hombre: teníale atravesado con una saeta desde los pechos á la
cola, y porque era feroz le hubo cortar un brazo y una pierna: el puerco viéndole
se le encrespó y se fue huyendo: yo cuando esto ví mandé echarle begare, que
así se llama adonde estaba: en llegando á él . así estando á la muerte y la saeta
siempre en el cuerpo, le hecho la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte,
y con la mano que le quedaba le arrebató por el copete como á enemigo. El auto
tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalias
se hubo, mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes y pluma como lana vide
hartas. Leones, ciervos, corzos otro tanto, y así aves. Cuando yo andaba por
aquella mar en fatiga en algunos se puso heregía que estábamos enfechizados,
que hoy día están en ello. Otra gente fallé que comían hombres: la desformidad
de su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de
ello, otras cosas labradas, fundidas: soldadas hube, y fraguas don todo su
aparejo de platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia
vide sábanas grandes de algodón, labradas de muy sotiles labores; otras
pintadas muy sutilmente á colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro
hacia el Catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay
en ellas, falta de lengua, no se saben presto. Los pueblos bien que sean
espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden
los unos con los otros, más que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en
esta gente salvaje de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro.
Cuando yo descubrí las Indias dije que
eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas,
piedras preciosas, especerías, con los tratos y ferias, y porque no pareció
todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace agora que no diga salvo
lo que yo oiga de los naturales de la
tierra. De una oso decir, porque hay
tantos testigos, y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro
en dos días primeros que en la española en cuatro años, y que las tierras de la
comarca no pueden se mas fermosas, ni mas labradas, ni la gente mas cobarde, y
buen puerto, y fermoso río, y defensible al
mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío,
con grande esperanza de la honra y acrescentamiento de la religión cristiana; y
el camino allí será tan breve como á la Española, porque ha de ser con viento. Tan
señores son vuetras Altezas de esto como de Jerez o Toledo: sus navíos que
fueren allí vana á su casa. De allí sacarán oro; en otras tierras, para haber
de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, ó se volverán vacíos; y en
la tierra es necesario que fíen sus personas de un salvaje. – Del otro que yo dejo de decir, ya dije por
qué me encerré: no digo así, ni que yo me afirme en el tres doble en todo lo
que yo haya jamás dicho no escrito, y que yo estó á la fuente. Genoveses,
venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de
valor, todas las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en
oro: el oro es excelentísimo: del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene,
hace cuanto quiere en el mundo, y lle á que echa las ánimas al paraíso. Los
señores de aquelias tierras de la comarca de veragua cuando mueren entierra el
oro que tienen con el cuerpo, así lo dicen: á Salomón llevaron de un camino seiscientos
y sesenta y seis quintales de oro; allende lo que llevaron mercaderes y
marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo doscientas
lanzas y trescientos escudos, y fizo el tablado que había de estar arriba
dellas de oro y adornado de piedras preciosas. Josefo en su corónica de
Antiquitatibus lo escribe. En el paralipomenon y en el libro de los reyes se
encuentra de esto: si así fuese digo que aquellas minas de la Aurea son unas y
se convienen con estas de Veragua, que como yo dije arriba se alarga al
Poniente veinte jornadas, y son en una distancia lejos del polo y de la línea.
Salomón compro todo aquello, oro, piedras y plata, é allí le pueden mandar á
coger si les aplace. David en su testamento dejó tres mil quintales de oro de
las Indias á Salomon para ayuda de edificar el templo, y según Josefo era el
destas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sión ha de ser reedificado por
mano de cristianos: quien ha de ser, Dios por boca del profeta en el décimo
cuarto salmo lo dice. El abad Joaquin dijo que este había de salir de España.
San Gerónimo á la santa mujer le mostró el camino para ello. El emperador
catayo ha días que mandó sabios que le enseñen en la fé de Cristo. ¿Quién será
que se ofrezca á esto? Si nuestro Señor me lleva á España, yo me obligo de
llevarle, con el nombre de Dios, en salvo.
Esta
gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico á
V.A., porque son pobres, que les mande pagar luego, y les haga mercedes á cada
uno según la calidad de la persona, que les certifico que á mi creer les traen
las mejores nuevas que nunca fueron á España. El oro que tiene el Quibian de
Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no
me pareció bien ni servicio de vuestras Altezas de se le tomar por via de robo:
la buena orden evitará escándalo mala
fama, y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes
de buen tiempo yo acabara todo mi viaje: por falta de los navíos no porfié á
esperarle para tornar á ello, y para toda cosa de su servicio espero en aquél
que me hizo, y estaré bueno. Yo creo que V.A. se acordará que yo quería mandar
hacer los navíos de nueva manera: la brevedad del tiempo no dió lugar á ello, y
cierto yo había caído en lo que cumplía.
Yo tengo en más esta negociación y minar
con esta escala y señorío, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No es
este hijo para dar á criar á madrastra. De la
Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo de ellas que yo no llore: creía yo que el ejemplo
dellas hobiese de ser por estotras al contrario: ellas están boca á y uso, bien
que no mueren: la enfermedad es incurable o m uy larga: quien las llegó á esto venga ahora con el remedio si puede ó
sabe: al descomponer, cada maestro. Las gracias y acrescentamiento siempre fue uso
de las dar á quien puso su cuerpo á peligro. No es razón que quien ha sido tan
contrario á esta negociación le goce ni sus fijos. Los que se fueron de las
Indias fluyendo los trabajos y diciendo mal dellas y demí, volvieron con
cargos: así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin provecho del
negocio y para la justicia del mundo: este temor con otros casos y para la
justicia del mundo: este temor con otros casos hartos que yo veía claro, me
hizo suplicar á V.A. antes que yo viniese á descubrir esas islas y tierra
firme, que me dejasen gobernar en su real nombre: plúgoles: fue por privilegio
y asiento, y con sello y juramento, y me intitularon de Viso-Rey y Almirante y
Gobernador general de todo; y aseñalaron el término sobre las islas delos
Azores cien leguas, y aquellas de Cabo Verde por línea que pasa de polo á polo,
y desto y de todo que más se descubriese, y me dieron poder largo: la escritura
á más largamente lo dice.
El otro negocio famosísimo está con los
brazos abiertos llamando: extranjero ha sido fasta ahora. Siete años estuve yo
en su real corte, que á cuantos se fabló de esta empresa todos á una dijeron
que era burla: agora fasta los sastres suplican por descubrir. Es de creer que
van á saltear y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y
tanto daño del negocio. Bueno es de dar á Dios lo suyo y acetar lo que le pertenece.
Esta es justa sentencia, y de justo. Las tierras que acá obedecen á V.A. son
mas que todas las otras de cristianos y ricas. Después que yo por voluntad
divina las hube puestas debajo de su Real y alto señorío, yen filo para haber
grandísima renta, de improviso, esperando navíos para venir á su alto concepto
con victoria y grandes nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado
con dos hermanos en un navío, cargado de fierros, desnudo en cuerpo, con muy
mal tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia: ¿quién creerá que un
pobre extranjero se hobiese de alzar en tal lugar contra V.A. sin causa, ni sin
brazo de otro Príncipe, y estando solo entre vasallos y naturales, y teniendo
todos mis fijos en su Real Corte? Yo vine á servir de veintiocho años, y agora
no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo, y gastado
cuanto me quedó de aquellos, y me fue tomado y vendido, y á mis hermanos fasta
el sayo, sin ser oído ni visto, con gran deshonor mío. Es de creer que esto no
se hizo por su Real mandado. La restitución de mi honra y daños, y el otro
tanto en quien me robó las perlas, y de quien ha fecho daño en ese almirantado. Grandísima virtud, fama con
ejemplo será si hacen esto, y quedará á la España gloriosa memoria con la de
vuestras Altezas de agradecidos y justos Príncipes. La intención tan sana que
yo siempre tuve al servicio de vuestras Altezas, y la afrenta tan desigual, no
da lugar al ánima que calle, bien que yo quiera: suplico á vuestras Altezas me
perdonen.
Yo estoy tan perdido como dije: yo he
llorado fasta aquí á otros: haya misericordia agora el Cielo, y llore por mí la
tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para el oferta: en el
espiritual he parado aquí en las Indias
de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día
por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y
enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa
Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí
quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje á navegar por
ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo
en ella muerta. Yo vine á V.A. con sana intención y buen zelo, y no miento.
Suplico humildemente á V.A. que si á Dios place de me sacar de aquí, que haya
por bien mi ida á Roma y otras romerías. Cuya vida y alto costado la Santa
Trinidad guarde y acresciente.
Fecha en las Indias en la Isla de Jamaica, á
siete de julio de mil quinientos y tres años.
jueves, 11 de enero de 2018
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