martes, 16 de enero de 2018

Carta de Jamaica de Cristóbal Colón-Lettera raríssima

Este documento, con fines totalmente académicos, está transcrito de un documento publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Se encuentra disponible su versión original en la siguiente dirección:
 http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/relaciones-y-cartas-de-cristobal-colon--0/html/010bc306-82b2-11df-acc7-002185ce6064_393.html

 CARTA
 QUE ESCRIBIÓ
 D. CRISTÓBAL COLÓN
 VIRREY Y ALMIRANTE DE LAS INDIAS
 A LOS
 CRISTIANÍSIMOS Y MUY PODEROSOS REY Y REINA
 DE ESPAÑA

 NUESTROS SEÑORES


 EN QUE LES NOTIFICA CUANTO LE HA OCURRIDO EN SU VIAJE; Y LAS TIERRAS, PROVINCIAS, CIUDADES, RÍOS Y OTRAS COSAS MARAVILLOSAS, Y DONDE HAY MINAS DE ORO EN MUCHA CANTIDAD Y OTRAS COSAS DE GRAN RIQUEZA Y VALOR.

 7 DE JULIO DE 1503

      Cuando llegue sobre la Española invié el envoltorio de cartas, y á pedir por merced un navío por mis  dineros, porque otro que yo llevaba era inavegable y no sufría velas. Las cartas tomaron, y y sabrán si se las dieron respuesta. Para mí fue mandarme de parte ahí, que yo no pasase ni llegase á la tierra: cayó el corazón á la gente que iba conmigo, por temor de los llevar yo lejos, diciendo que si algún caso peligro les viniese que no serías remediados allí, antes les sería fecha alguna grande afrenta. También á quien plugo dijo que el Comendador había de proveer las tierras que yo ganase.
     La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los navíos: á cada uno llevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte: cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran perdidos. ¿Quién nasció, sin quitar a Job; que muriera desesperado? ¿Qué por mi salvación y de mi fijo, hermano y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y los puertos que yo, por la voluntad de Dios, gané á España sudando sangre?
    E tornó á los navíos que así me había llevado la tormenta y dejado á mí solo. Deparómelos a nuestro Señor cuando le plugo. El navío sospechoso había echado á la mar, por escapar, fasta la isola la Gallega; perdió la barca, y todos gran parte de los bastimentos: en el que yo iba; abalumado á maravilla, nuestro Señor le salvó que no hubo daño de una paja. En el sospechoso iba mi hermano; y él. Después de Dios; fue su remedio. E con esta tormenta, así á gatas, me llegué á Jamaica; allí se mudó de mar alta en calmería y grande corriente, y me llevó fasta el jardín de la Reina sin ver tierra. De allí, cuando pude, navegué á la tierra firme, adonde me salió el viento y corriente terrible al opósito: combatí con ellos sesenta días, y en fin no le pude ganar más de setenta leguas.
     En todo este tiempo no entre en puerto, ni pude, ni me dejó tormenta del cielo, agua y trombones y relámpagos de continuo, que parecía al fin del mundo. Llegué al cabo de Gracias á Dios, y de allí me dio a nuestro Señor próspero el viento y corriente. Esto fue á doce de setiembre. Ochenta y ocho días había que no me había dejado espantable tormenta, á tanto que no vide el sol no ni estrellas por mar; que á los navíos tenía yo abiertos, á loas velas rotas, y perdidas anclas y jarcia, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la gente muy enferma, y todos contritos, y muchos con promesa de religión, y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habían llegado á se confesar los unos á los otros. Otras tormentas se han visto, mas no durar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas veces, que teníamos por esforzados. El dolor del fijo que yo tenía allí me arrancaba el ánima, y más por verle de tan nueva edad de trece años en tanta fatiga y durar en ella tanto: nuestro Señor le dio tal esfuerzo que él avivaba á los otros; y en las obras hacía él como si hubiera navegado ochenta años, y el me consolaba.  Yo había adolescido y llegado fartas veces  á la muerte. De una camarilla, que yo mandé facer sobre cubierta, mandaba la vía. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso, Gran dolor era el mío, y mayor porque lo truje contra su grado, porque, por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer ó dormir no tengo, salvo el mesón ó taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arracaba el corazón por las espaldas, y era de D. Diego mi hijo, que yo dejé en España tan huérfano y desposesionado de mi honra é hacienda; bien que tenía por cierto que allá como justos y agradecidos Príncipes le restituirían con acrescentamiento en todo.
     Llegué a tierra de Cariay, a donde me detuve á remediar los navíos y bastimentos, y dar aliento á la gente, que venía muy enferma. Yo, que, como dije, había llegado muchas veces á la muerte, allí supe de las minas del oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba. Dos indios me llevaron á Carambaru, adonde la gente anda desnuda ya al cuello un espejo de oro, más no le querían vender ni dar a trueque. Nombráronme muchos lugares en la costa del mar, adonde decían que había oro y minas; el postrero era Veragua, y lejos de allí obra de veinte y cinco leguas:  partí con intención de los tentar á todos, y llegando al medio supe que había minas á dos jornadas de andaduras: acordé de inviarlas á ver víspera de San Simón y Judas, que había de ser la partída: en esa noche se levantó tanta mar y viento, que fue necesario de correr hacia donde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo.
    En todos estos lugares, adonde yo había estado, fallé verdad todo lo que yo había oído: esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que según ellos, es descrita de nueve jornadas de andadura por tierra el poniente: allí dicen que hay infinito oro, y que traen corales en las cabezas, manillas a los pies y á los brazos dello, y bien gordas; y dél, sillas, arcas y mesas las guarnecen y enforra. También dijeron que las mujeres de allí traían collares colgados de la cabeza á las espaldas. En esto que yo digo, la gente toda de estos lugares conciertan en ello, y dicen tanto que yo sería contento con el diezmo. También todos conocieron a la pimienta. En Ciguare usan tratar en ferias y mercaderías: esta gente así lo cuentan, y me amostraban el modo y forma que tienen en la barata. Otrosí dicen que las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andan vestidos; y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas vestiduras, y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boxa á Ciguare, y de allí á diez jornadas es el río de Gangues. Parece que estas tierras están en Veragua, como Tortosa con Fuenterrabía, ó Pisa con Venecia. Cuando yo partí de Carambaru y llegué á esos lugares que dije, fall{e la gente en aquel mismo uso, salvo que los espejos del oro quien los tenía los daba por tres cascabeles de gavilán por el uno, bien que pesasen diez ó quince ducados de peso. En todos sus usos son como los de la Española. El oro cogen con otras artes, bien que todos son nada con lo de los Cristianos. Esto que yo he dicho es lo que oyo. Lo que yo sé es que el año de noventa y cuatro navegué en veinte y cuatro grados al Poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo eclipses: el sol estaba en Libra y la luna en Ariete. También esto que yo supe por palabra habíalo yo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de haber bien remedado á Marino, y ahora se falla su escritura bien propincua al cierto. Tolomeo asienta Catigara á doce líneas lejos de su occidente, que él asentó sobre San Vicente en Portugal dos grados y un tercio. Marino en Etiopía escribe al Indo la línea equinoccial más de veinte y cuatro grados, y ahora que los portugueses le navegan le fallan cierto. Tolomeo diz que la tierra más austral es el plazo primero, y que no abaja más de quince grados y un tercio. E el mundo es poco: el enjuto de eslllo es seis partes, la séptima solamente cubierta de agua: la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adornamiento de la Sacra Escriptura, con el sitio del Paraíso terrenal, que la santa Iglesia aprueba: digo que el mundo no es tan grande como dice el vulgo, y que un grado de la equinoccial está cincuenta y seis millas y dos tercios: pero esto se tocará con el dedo. Dejo esto. Por cuanto no es mi propósito de fablar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajosos viaje, bien que él sea el más doble y provechoso.
     Digo que víspera de San Simón y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé de no volver atrás á las minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir mi viaje, lloviendo: llegué a puerto de Bastimentos, adonde entré y no de grado: la tormenta y gran corriente me entró allí catorce días; y después partí, y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado quince leguas forzosamente, me reposó atrás el viento y corriente con furia: volviendo yo al puerto donde había salido fallé ene el camino al Retrete, adonde me retruje con harto peligro y enojo, y bien ftigado yo y los navíos y la gente: detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y cuando dreí de haber acabado me fallé de comienzo: allí mudé de sentencia de volver a las minas, y hacer algo fasta que me viniese tiempo para mi viaje y marear; y llegado con cuatro leguas revino la tormenta, y me fatigó tanto á tanto que ya no sabía de mi parte. Allí se me refrescó del mal la llaga: nueve días anduve perdido sin esperanza de vida: ojos nunca vieron la mar tan alta, fea y hecha espuma. El viento no era para ir adelante,nii daba lugar para correr hacia algún cabo. Allí me detenía en aquella mar fecha sangre, herviendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás fue visto tan espantoso: un día con la noche ardió como forno; y así echaba la llama con los másteles y velas; venían con tanta furia espantables que todos creíamos que me habían de fundir los navíos.
    En todo este tiempo jamás cesó agua del cielo, y no para decir que llovía, salvo que  resengundaba otro diluvio. La gente estaba ya tan molida, que deseaban la muerte para salir de tantos martirios. Los navíos ya habían perdido dos veces las barcas, anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.
    Cuando plugo á nuestro Señor volví a Puerto Gordo, adonde reparé lo mejor que pude. Volví otra vez hacia Veragua para mi viaje, aunque yo no estuviera para ello. Todavía era el viento y corrientes contrarios. Llegué casi adonde antes, y allí me Salió otra vez el puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan desbaratados en costa brava, porque la más de las veces trae tempestad ó fuerte tiempo. Esto fue día de navidad en horas de misa. Volví otra vez adonde yo había salido con harta fatiga; y, pasado año nuevo, torné á la porfía, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viaje, ya tenía los navíos innavegables, y la gente muerta y enferma. Día de la Epifanía llegué a Veragua, ya sin aliento: allí me deparó nuestro señor un río y seguro puerto, bien en él á la entrada no tenía salvo diez palmos de fondo: metíme en él con pena, y el día siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera, no pudiera entrar á causa del banco. Llovió sin cesar fasta catorce de Febrero, que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de remediar en nada; y estando ya seguro á veinte y cuatro de Enero, de improviso vino el río muy alto y  fuerte; quebróme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos, y cierto los ví en mayor peligro que nunca. Remedio nuestro señor, como siempre hizo. No sé si hubo otro con más martirios. A seis de Febrero, lloviendo, invié setenta hombres la tierra adentro; y á las cinco leguas fallaron muchas minas: los indios que iban con ellos los llevaron á un cerro muy alto, y de allí les mostraron hacia toda parte había oro, y que hacia el Poniente llegaban las minas veinte jornadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde había de ello más o menos. Después supe yo que el Quibián que había dado estos indios, les había mandado que fuesen á mostrar las minas lejos y de otro su contrario; y que adentro de su pueblo cogían, cuando él quería, un hombre en diez días una mozada de oro: los indios sus criados y testigos de esto traigo conmigo. Adonde él tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro horas que fue allá á la estada. La calidad es grande porque ninguno de estos jamás había visto minas, y los más oro. Los más eran gente de mar, y casi todos grumetes. Yo tenía mucho aparejo para edificar y muchos bastimentos. Asenté pueblo, y dí muchas dádivas al Quibián, que así llaman al Señor de la tierra; y bien sabía que no había de durar concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me aposesionaba en su término: después que él vido las cosas fechas y el tráfago tan vivo, acordó de las quemar y matarnos á todos: muy al revés salió su propósito: quedó preso él, mujeres y fijos y criados: bien que su prisión duró poco: el Quibián se fuyó á  un hombre honrado, á quien se había entregado con guarda de hombres; é los hijos se fueron á un Maestre de navío, a quien se dieron en él a buen recaudo.
     En Enero se había cerrado la boca del río. En Abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no los podía sostener sobre agua. En este tiempo hizo el río un canal, por donde saqué tres de ellos vacíos con gran pena. Las barcas clvieron adentro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les dejó salir fuera: los indios fueron muchos y juntos  y las combatieron, y en fin los mataron. Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro: yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga: la esperanza de escapar era muerta: subí aspi trabajando lo más alto, llamando a voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la guerra de Vuestras Altezas, á todos los cuatro vientos, por socorro; más nunca me respodieron. Cansado, me dormecí gimiendo: una voz muy piadosaoí, diciendo: “¡o estulto tardoá creer y á servir aá tu Dios, Dios de todos! ¿Qué hizo él más por Moysés ó por David su siervo? Desque nasciste, siempre él tuvo de ti muy grande cargo. Cuando te vido en edad de que él fue contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las Indias, que son parte del mundo, tan ricas te las dio por tuyas; tu las repartiste adonde te plugo, y de dio poder para ello. De los atamientos de la mar océano, que estaban cerrados con cadenas tan fuertes, te dio las llaves; y fuiste obedescido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste tan honrada fama. ¿Qué hizo el más alto pueblo de Israel cuando le sacó de Egipto? ¿Ni para David, que de pastor hizo rey en Judea? Tórnate a él, y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita: tu vejez no impedirá á toda cosa grande: muchas heredades tiene él grandísimas. Abraham pasaba de cien años cuando engendró á Isaac, ¿ni Sara era moza? Tú llamas por socorro incierto: responde, ¿Quién te ha afligido tanto y tantas veces, Dios o el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las quebranta, ni dice después de haber recibido el servicio, que su intención no era esta, y que se entiende de otra manera, ni da martirios por dar color á la fuerza: él va al pie de la letra: todo lo que él promete cumple con acrescentamiento: ¿esto es uso? Dicho tengo lo que  tu criador ha fecho por ti y hace con todos. Ahora medio muestra el galardón de estos afanes y peligros que has pasado sirviendo á otros”  Yo así amortecido oí todo; mas no tuve yo respuesta palabras tan ciertas, salvo llorar por mis yerros. Acabó él de fablar, quien quiera que fuese diciendo. “No temas, confía. Todas estas tribulaciones están escritas en piedra mármol y no sin causa.”
     Levantéme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas no para sacar navíos del río. Recogí la gente que estaba en tierra, y todo el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para navegar los navíos. Quedara yo á sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas supieran de ello. El temor que nunca aportaría allí navíos me determinó á esto y la cuenta que cuando se haya de proveer de socorro se proveerá de todo. Partí en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pascua, con los navíos podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí en Belén dejé uno, y hartas cosas. En Belpuerto hice otro tanto. No me quedaron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por haber de pasar siete mil millas de mar y de agua, ó morir en la vía con fijo y hermano y tanta gente. Respondan ahora los que suelen tachar y reprender, diciendo allá de en salvo: ¿por qué no hacíades esto allí? Los quisiera yo en esta jornada. Yo bien creo que otra de otro saber los aguarda: á nuestra fe es ninguna.
     Llegué á trece de Mayo en la provincia de Mago, que parte con aquella de Catayo, y de allí partí para la Española: navegué dos días con buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para desechar tanto número de islas, por no embarazar en los bajos de ellas. La mar brava me hizo fuerza, y hube de volver atrás sin velas: surgí á una isla adonde de golpe perdí tres anclas, y á la media noche, que parecía que el mundo se envolvía, se rompieron las amarras al otro navío, y vino sobre mí, que fue maravilla como no acabamos de hacer rajas: el ancla, de forma que me quedó, fué ella después de nuestro señor, quien me sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví á mi camino: así ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos más que un panal de abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé algo delante de donde yo había llegado denantes: allí me torné á reposar atrás la fortuna: paré en la misma isla en más segure puerto: al cabo de ocho días torné á la vía y llegué a Jamaica en fin de junio, siempre con  vientos punteros y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y calderas no podían con toda la gente vencer el agua que entraba en el vacío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para me acercará lo más cerca dela española, que son veinte y ocho leguas y no quisiera haber comenzado. El otro navío corrió á buscar puerto casi anegado. Yo porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que milagrosamente me trujo nuestro Señor a tierra. ¿Quién creyera lo que aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los que fueron con el Almirante lo atestigüen.  Si place á vuestras Altezas de me hacer  merced de socorro un navío que pase de sesenta y cuatro, con ducientos quintales de bizcochos y algún otro bastimento, abastará pa me llevar á mí u á esta gente á España de la española. En Jamaica ya dije que no hay veinte y ocho leguas á la española, No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya dije que me fue mandado de parte de vuestras Altezas que no me llegase á ella. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta invío por vía y mano de Indios: grande maravilla será si allá llega.
     De mi viaje digo: que fueron ciento y cincuenta personas conmigo, en que hay hartos suficientes para pilotos y grandes marineros: ninguno puede dar razón cierta por donde fui yo ni vine: la razón es muy presta. Yo partí sobre el puerto de Brasil: en la española no me dejó la tormenta ir al camino que yo quería: fue por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caí yo muy enfermo: ninguno había navegado hacia aquella parte: cesó el viento y mar dende á ciertos días, y se mudó la tormenta en calmería y grandes corrientes. Fui á aportar á una isla que se dijo de las Bocas, y de allí á Tierra Firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay razón que abaste: porque fue ir con corriente sin ver tierra tanto número de días. Seguí la costa de Tierra firme: ésta se asentó con compás y arte. Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo ó cuando yo partí de ella para venir á la española. Los pilotos creían venir á parar á la isla de Sact Joan; y que fé en tierra de Mango, cuatrocientas leguas más al Poniente de adonde decían. Respondan, si saben, adonde es el sitio de Veragua. Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron á unas tierras adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para á ella el camino tiene ignoto: sería necesario para ir á ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología, y cierta: quien la entiende esto le abasta. A visión profética se asemeja esto. Las nasos de las Indias, si no navegan, salvo á popa, no es por l amala fechura, ni por ser fuertes; las grandes corrientes que allí vienen, juntamente con el viento, hacen que nadie porfíe con bolina, porque en un día perderían lo que hubiesen ganado en siete; ni saco carabera aunque sea latina portuguesa. Esta razón hace que no naveguen, salvo con colla, y por esperarle se detienen á las veces seis y ocho meses en puerto; ni es maravilla, pues que en España muchas veces acaece otro tanto.
     La gente de que escribe papa Pio, según el sitio y señas, se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro, ni es maravilla, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren, salvo pescadores, ni yo me detuve porque andaba á prisa. En Cariay, y en esas tierras de su comarca, son grandes fechiceros y muy medrosos. Dieran el mundo porque no me detuviera allí, luego me enviaron dos muchachas muy ataviadas: la más vieja no sería de once años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura, que no serían mas unas putas: traían polvos de hechizos escondidos: en llegando las mandé adornar de nuestras cosas y las invié luego a tierra: allí vide una sepultura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto y mirando en ella. De otras artes me dijeron y más excelentes. Animalias menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puercos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un ballestero había herido una animalia, que se parece á gato paul, salvo que es mucho mas grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con una saeta desde los pechos á la cola, y porque era feroz le hubo cortar un brazo y una pierna: el puerco viéndole se le encrespó y se fue huyendo: yo cuando esto ví mandé echarle begare, que así se llama adonde estaba: en llegando á él . así estando á la muerte y la saeta siempre en el cuerpo, le hecho la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la mano que le quedaba le arrebató por el copete como á enemigo. El auto tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras de animalias se hubo, mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes y pluma como lana vide hartas. Leones, ciervos, corzos otro tanto, y así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga en algunos se puso heregía que estábamos enfechizados, que hoy día están en ello. Otra gente fallé que comían hombres: la desformidad de su gesto lo dice. Allí dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas: soldadas hube, y fraguas don todo su aparejo de platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia vide sábanas grandes de algodón, labradas de muy sotiles labores; otras pintadas muy sutilmente á colores con pinceles. Dicen que en la tierra adentro hacia el Catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de lo que hay en ellas, falta de lengua, no se saben presto. Los pueblos bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto que no se entienden los unos con los otros, más que nos con los de Arabia. Yo creo que esto sea en esta gente salvaje de la costa de la mar, mas no en la tierra dentro.
     Cuando yo descubrí las Indias dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especerías, con los tratos y ferias, y porque no pareció todo tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace agora que no diga salvo lo  que yo oiga de los naturales de la tierra.  De una oso decir, porque hay tantos testigos, y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la española en cuatro años, y que las tierras de la comarca no pueden se mas fermosas, ni mas labradas, ni la gente mas cobarde, y buen puerto, y fermoso río, y defensible al  mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío, con grande esperanza de la honra y acrescentamiento de la religión cristiana; y el camino allí será tan breve como á la Española, porque ha de ser con viento. Tan señores son vuetras Altezas de esto como de Jerez o Toledo: sus navíos que fueren allí vana á su casa. De allí sacarán oro; en otras tierras, para haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven, ó se volverán vacíos; y en la tierra es necesario que fíen sus personas de un salvaje.  – Del otro que yo dejo de decir, ya dije por qué me encerré: no digo así, ni que yo me afirme en el tres doble en todo lo que yo haya jamás dicho no escrito, y que yo estó á la fuente. Genoveses, venecianos y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todas las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro: el oro es excelentísimo: del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y lle á que echa las ánimas al paraíso. Los señores de aquelias tierras de la comarca de veragua cuando mueren entierra el oro que tienen con el cuerpo, así lo dicen: á Salomón llevaron de un camino seiscientos y sesenta y seis quintales de oro; allende lo que llevaron mercaderes y marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo doscientas lanzas y trescientos escudos, y fizo el tablado que había de estar arriba dellas de oro y adornado de piedras preciosas. Josefo en su corónica de Antiquitatibus lo escribe. En el paralipomenon y en el libro de los reyes se encuentra de esto: si así fuese digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se convienen con estas de Veragua, que como yo dije arriba se alarga al Poniente veinte jornadas, y son en una distancia lejos del polo y de la línea. Salomón compro todo aquello, oro, piedras y plata, é allí le pueden mandar á coger si les aplace. David en su testamento dejó tres mil quintales de oro de las Indias á Salomon para ayuda de edificar el templo, y según Josefo era el destas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sión ha de ser reedificado por mano de cristianos: quien ha de ser, Dios por boca del profeta en el décimo cuarto salmo lo dice. El abad Joaquin dijo que este había de salir de España. San Gerónimo á la santa mujer le mostró el camino para ello. El emperador catayo ha días que mandó sabios que le enseñen en la fé de Cristo. ¿Quién será que se ofrezca á esto? Si nuestro Señor me lleva á España, yo me obligo de llevarle, con el nombre de Dios, en salvo.
     Esta gente que vino conmigo han pasado increíbles peligros y trabajos. Suplico á V.A., porque son pobres, que les mande pagar luego, y les haga mercedes á cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que á mi creer les traen las mejores nuevas que nunca fueron á España. El oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de vuestras Altezas de se le tomar por via de robo: la buena orden evitará escándalo  mala fama, y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabara todo mi viaje: por falta de los navíos no porfié á esperarle para tornar á ello, y para toda cosa de su servicio espero en aquél que me hizo, y estaré bueno. Yo creo que V.A. se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera: la brevedad del tiempo no dió lugar á ello, y cierto yo había caído en lo que cumplía.
     Yo tengo en más esta negociación y minar con esta escala y señorío, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este hijo para dar á criar á madrastra. De la  Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo de ellas  que yo no llore: creía yo que el ejemplo dellas hobiese de ser por estotras al contrario: ellas están boca á y uso, bien que no mueren: la enfermedad es incurable o m uy larga: quien las llegó  á esto venga ahora con el remedio si puede ó sabe: al descomponer, cada maestro. Las gracias y acrescentamiento siempre fue uso de las dar á quien puso su cuerpo á peligro. No es razón que quien ha sido tan contrario á esta negociación le goce ni sus fijos. Los que se fueron de las Indias fluyendo los trabajos y diciendo mal dellas y demí, volvieron con cargos: así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin provecho del negocio y para la justicia del mundo: este temor con otros casos y para la justicia del mundo: este temor con otros casos hartos que yo veía claro, me hizo suplicar á V.A. antes que yo viniese á descubrir esas islas y tierra firme, que me dejasen gobernar en su real nombre: plúgoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me intitularon de Viso-Rey y Almirante y Gobernador general de todo; y aseñalaron el término sobre las islas delos Azores cien leguas, y aquellas de Cabo Verde por línea que pasa de polo á polo, y desto y de todo que más se descubriese, y me dieron poder largo: la escritura á más largamente lo dice.
     El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos llamando: extranjero ha sido fasta ahora. Siete años estuve yo en su real corte, que á cuantos se fabló de esta empresa todos á una dijeron que era burla: agora fasta los sastres suplican por descubrir. Es de creer que van á saltear y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y tanto daño del negocio. Bueno es de dar á Dios lo suyo y acetar lo que le pertenece. Esta es justa sentencia, y de justo. Las tierras que acá obedecen á V.A. son mas que todas las otras de cristianos y ricas. Después que yo por voluntad divina las hube puestas debajo de su Real y alto señorío, yen filo para haber grandísima renta, de improviso, esperando navíos para venir á su alto concepto con victoria y grandes nuevas del oro, muy seguro y alegre, fui preso y echado con dos hermanos en un navío, cargado de fierros, desnudo en cuerpo, con muy mal tratamiento, sin ser llamado ni vencido por justicia: ¿quién creerá que un pobre extranjero se hobiese de alzar en tal lugar contra V.A. sin causa, ni sin brazo de otro Príncipe, y estando solo entre vasallos y naturales, y teniendo todos mis fijos en su Real Corte? Yo vine á servir de veintiocho años, y agora no tengo cabello en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo, y gastado cuanto me quedó de aquellos, y me fue tomado y vendido, y á mis hermanos fasta el sayo, sin ser oído ni visto, con gran deshonor mío. Es de creer que esto no se hizo por su Real mandado. La restitución de mi honra y daños, y el otro tanto en quien me robó las perlas, y de quien ha fecho daño en ese  almirantado. Grandísima virtud, fama con ejemplo será si hacen esto, y quedará á la España gloriosa memoria con la de vuestras Altezas de agradecidos y justos Príncipes. La intención tan sana que yo siempre tuve al servicio de vuestras Altezas, y la afrenta tan desigual, no da lugar al ánima que calle, bien que yo quiera: suplico á vuestras Altezas me perdonen.
    Yo estoy tan perdido como dije: yo he llorado fasta aquí á otros: haya misericordia agora el Cielo, y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para el oferta: en el espiritual  he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje á navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine á V.A. con sana intención y buen zelo, y no miento. Suplico humildemente á V.A. que si á Dios place de me sacar de aquí, que haya por bien mi ida á Roma y otras romerías. Cuya vida y alto costado la Santa Trinidad guarde y acresciente.
 Fecha en las Indias en la Isla de Jamaica, á siete de julio de mil quinientos y tres años.